No hay cosa más sana…

Hemos sido educados en una cultura en la que existen cientos de engranajes que nos amoldan y conectan con otros, para que la vida en sociedad funcione. Tenemos bien aprendido en nuestras visceras, que es inviable, egoista y conflictivo hacer, limpiamente, lo que yo quiero. La vida en sociedad es claramente enriquecedora. La cosa es: ¿Por qué creemos que resulta incompatible compartir con otros la REALización de nuestros deseos? Sabemos que una creencia patológica funciona correctamente en un ambiente patológico; sin embargo, solemos pensar que si llevamos una vida completamente auténtica y comprometida con lo que queremos, nos quedaremos solos.

En el fondo tendemos a ver el contexto social como una cota a nuestra autoexpresión, como un represor y freno de aquello que nos surge de manera natural. Los consensos definen, etiquetan, evalúan. La realidad no se experimenta de forma directa, porque ya hay atajos que, supuestamente, nos saben llevar por ¿NUESTRO? propio camino mejor que nosotros. Así escuchamos consejos «TENDRIAS que empezar a..», «DEBERÍAS ver cómo hacemos para..» “eso ha estado muy MAL». El paquete ya está formado, y lo seguimos sin rechistar. Parece que andamos perdidos, sin ningún tipo de guía dentro de nosotros; sin estar atentos a cada paso ¿Es cierto que no tenemos las soluciones adecuadas a lo que vivimos? Claro que las tenemos, sólo que nos han hecho creer que las decisiones personales, de cada uno, son erróneas. Sólo nos sentimos fortalecidos entre lo que piensa la mayoría… Entonces acallamos nuestro principal radar: El SENTIR. Y además ignoramos nuestra mayor fuente de salud: la CONFIANZA. Confianza en la vida y en el ser humano. Perdemos nuestro eje y los demás dejan de ser una oportunidad para expresarnos y amar, y en cambio pasan a ser los eslabones de la cadena con la que vivimos esclavizados.

Facundo Cabral decía: «no estás deprimido, estás distraído», en alusión a la ceguera de no querer abrir los ojos, de no atender, de desconfiar de aquello que vamos a ver. Si lo que imaginamos nos resulta una pesadilla, predecimos una realidad aún más desconcertante. Y sin embargo la mirada real lo limpia todo y hace que se esfumen los fantasmas hipotéticos que tan minuciosamente habíamos fabricado. En cuanto a los sentimientos, nos enseñaron que son inciertos, descontrolados y supeditados a una cierta debilidad. Un mal necesario. El hecho de sentir parece que es un resultado que hubiera que filtrar, atenuar. Pareciera una consecuencia más que una herramienta. Y, de hecho, es la herramienta de adaptación más poderosa que tenemos y sin ella la vida sería totalmente inviable. El sentir es el faro que guía a nuestra inteligencia (podríamos decir que es la propia inteligencia) Y es que no es posible vivir sin esta función, dinámica y sana, de discernir entre lo que nos agrada y lo que nos desagrada, entre lo que nos nutre y lo que nos envenena. Nos han dicho que el corazón es estúpido, un loco al que hay que domar a través de la razón; y, sin embargo, está demostrado que las grandes decisiones se toman a través de la emoción: la elección de pareja (de nada sirve hacer una lista razonada de cosas buenas y malas de la otra persona), la ciudad donde queremos vivir ( nos guiamos sobre todo por sensaciones e intuición) etc. Para comprar algo costoso o importante también es la emoción lo que prima, ya que necesitas verte con eso, sentirte, las razones vienen después y el análisis de pros y contras ya sería posterior (esto lo saben los publicistas).

En cuanto a la CONFIANZA: el miedo a actuar desde la emoción no procede sólo de la ceguera hacia lo real o del pánico a quedarnos solos. En líneas generales, es una desconfianza hacia la vida y hacia el ser humano. Seguramente influyan nuestras viejas heridas, los reveses que no esperábamos y todo ese soniquete social donde hay un premio, ficticio, de pertenencia, si hacemos el esfuerzo de no actuar tal y como somos.
Si el ser humano, por sí mismo, no es de fiar; podemos rehuir nuestra propia responsabilidad. Alejarnos de nuestros dolores naturales de tropezar hacia nuestro propio crecimiento, para mantenernos en un sufrimiento estable, bien avalado por la sociedad. A los sufrimientos controlados los llamamos obligaciones.

Nuestra libertad y los dolores que de ésta se deriven quedan inmersos en nuestros deberes para con la vida común. Siglos de normas, de costumbres culturales, roles sociales distintos, nos llevan a una dificultad tremenda a la hora de decir simplemente: NO.

El padre de la terapia Gestalt, Fritz Perls, le da una gran importancia a este tema,  lo que él llama “debeísmo”. Dice:  «Estoy seguro de que todos ustedes perciben que crecen completamente rodeados por lo que deben y no deben hacer, y que consumen gran parte de su tiempo en jugar a este juego en su interior- el juego al que doy en llamar “juego del opresor y el oprimido” o “juego del automejoramiento“ o “juego de la autotortura” .Tengo la convicción de que les resulta muy familiar este juego. Una parte de ustedes se dirige a la otra y le dice: “Debes ser mejor, no debes ser así, no debes hacer eso, no debes ser como eres, debes ser como no eres”.Así llevamos la pelea social a nuestro interior, donde la lucha es más estable, aunque también más mortífera. Y, en cambio, con el mundo exterior no luchamos, ya damos por hecho lo que se hace, sin plantearnos si es realmente lo que queremos. Nuestras “amigas” las obligaciones son una especie de decisión vital adjudicada al exterior: «tengo que ir a trabajar», «debería de ir al gimnasio», y así nos quitamos la responsabilidad de nuestras decisiones diarias «hoy me toca quedarme con mis hijos».

Muy pocas veces cambiamos esas frases del deber, tener, etc. por un «Quiero» «Necesito«, etc. “Quiero llegar pronto al trabajo”, “Necesito acudir al partido de mis hijos” Preferimos escondernos que tomar parte y presencia real en nuestra vida. La autoridad viene de la palabra autor: ser protagonista de tu vida.. y estas frases tan llenas de autoridad, «quiero, necesito, decido», nos ponen en primera línea de fuego, nos recuerdan que SIEMPRE somos libres. Y nos dan respons-habilidad real (habilidad para responder) más allá de obligaciones ficticias, de esas que utilizamos para eximirnos de nuestro único deber vital, es decir:

Vivir con conciencia, cada día, aquí y ahora.

Fernando Alvarez del Cuvillo

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